imagen representativa

Escribir, en este sentido, no es consolarse: es traicionarse. Cada palabra escrita es un acto de deslealtad hacia las certezas que nos habitan. Uno se sienta a redactar y acaba profanando sus propias convicciones. Este aforismo exalta la escritura no como confirmación, sino como ruptura interna, como sacrilegio personal. La pluma, entonces, es un puñal dirigido hacia el propio dogma.