Democracia, ese tótem de la modernidad, ha degenerado en un teatro donde la banalidad se convierte en norma y el talento es sospechoso. Este aforismo no ataca el concepto noble de la democracia clásica, sino su actual parodia: la tiranía de los incompetentes legitimada por el número. Aquí se señala la patología del sistema, donde lo popular sustituye a lo justo y lo vulgar se erige en doctrina.
Dios no ha muerto. Está esperando a que el hombre lo descubra en el silencio, no en los algoritmos.
Este aforismo es una bofetada mística al cientificismo rampante. En la era del big data y del aprendizaje automático, buscamos a Dios en el patrón, en la estadística, en la correlación. Pero Dios —si existe— no grita desde el código, susurra en el corazón. No se deja reducir a líneas de Python, sino que se revela en el silencio profundo del alma, donde ni los servidores escuchan. Esta frase critica la idolatría tecnológica y recuerda que lo sagrado no se puede indexar en Google.
El nihilismo es el opio de los que creen haber leído a Nietzsche.
Nietzsche no fue nihilista: fue su antídoto. Su pensamiento no se construyó para justificar el vacío, sino para forjar una nueva espiritualidad sin muletas. Sin embargo, muchos que se dicen discípulos suyos apenas han leído Así habló Zaratustra, y lo hacen como quien subraya frases de Paulo Coelho: con el entusiasmo de quien no entiende nada pero quiere sonar profundo. Este aforismo señala la comodidad del nihilismo como coartada: ya no hace falta pensar, ni creer, ni sufrir… solo hay que declararlo todo absurdo y sentarse a mirar memes.