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Este aforismo es una bofetada mística al cientificismo rampante. En la era del big data y del aprendizaje automático, buscamos a Dios en el patrón, en la estadística, en la correlación. Pero Dios —si existe— no grita desde el código, susurra en el corazón. No se deja reducir a líneas de Python, sino que se revela en el silencio profundo del alma, donde ni los servidores escuchan. Esta frase critica la idolatría tecnológica y recuerda que lo sagrado no se puede indexar en Google.